

Amanda Gajardo
Amanda Gajardo
“Mi mamá nunca dejó que nos sacaran ni un poco de carbón”
“Mi mamá nunca dejó que nos sacaran ni un poco de carbón”


Nosotros nos criamos con padrastro. En esos años mi mamá era más brusca y ella esperaba a su marido para darle de comer antes que a los hijos. Algunas mamás eran así porque todas no eran iguales. Nosotros de necesidad, con mi hermano que tenía 6 años, le pedimos a mi cuñado José, que vive en el blanco, que nos hiciera un chinchorro, pero no tan grande, porque éramos niños y no nos podíamos los chinchorros. Y así, como podíamos, sacamos más piedra que carbón, pero igual ganábamos plata. Con eso comprábamos alimentos. Nadie nos enseñó, solos aprendimos a sacar carbón. Aquí en la caleta El Blanco. Así empezamos a trabajar. Después ya crecimos y seguimos trabajando
.
Mi mamá igual era chinchorrera pero ella no nos enseñó. Aprendimos a hacerlo solos. Mi padrastro fue muy buen padrastro con nosotros, pero con mi mamá era más complicado. Pero él nunca nos faltó respeto como mujer y nunca nos pegó. Él trabajaba en el chinchorreo también.
Nosotros queríamos una tele. Me acuerdo que estaba en la IRT en esos años. Mi papá dijo que si queríamos tele, nosotros teníamos que comprarla. En esos años los mineros no más sacaban tele. Uno no tenía. Y para ver tele nosotros teníamos que trabajar, también para comprarnos cosas, para vestirnos…. Al final también le dábamos plata a mi mamá, como unos 250 pesos. Ella con eso iba a la feria, porque con esa cantidad antiguamente tú hacías almuerzo, tomabas desayuno. Hacías maravillas porque era todo barato.
El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza, me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy.
Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.
Nosotras usábamos puras calzas nomás en esos años para chinchorrear… éramos lolitas. También una chaqueta de agua que nos cubría la espalda y el cuerpo. Chinchorreábamos en verano y en invierno, cuando sí que la sufríamos. Llegábamos todas mojadas y las olas también nos botaban, nos rompía en las piernas, las canillas. Era un duro sufrimiento cuando era invierno, porque en el verano era más fácil chinchorrear porque con el sol una se secaba en la playa. Los sacos nos los echábamos al hombro después de hacer pilas de carbón. Nosotras nos llevábamos tres sacos encima del hombro, de 40 kilos, y aunque el carbón era livianito igual era duro para la espalda porque traíamos tres, cuatro o seis sacos, hasta que amanecía. También a veces había peleas porque algunas se robaban el carbón de las pilas. Ahí se agarraban con los chinchorros, con las palas a pelear. Yo nunca peleé, pero había algunas que eran choras y se enterraban en el carbón peleando. Se agarraban de las mechas. Además se notaba altiro cuando cuando sacaban carbón de tu pila y daba rabia porque una estaba hasta las cuatro de la mañana trabajando. Recuerdo que mi mami peleaba por mí, era chora. Le pegó a varias señoras porque no dejaba que nos sacaran ni un poco de carbón.
Recuerdo que por esos años ganábamos harta plata. Si hubiésemos sido más grandes, habríamos tenido un ahorro para acordarnos hoy de que trabajábamos en el mar y que gracias al mar teníamos cualquier cosa. Pero nadie nos aconsejaba que guardáramos plata. Todo era salir del paso. Recuerdo que yo iba en la noche a trabajar al carbón y mi papá me lo entregaba. Después trabajaba de empleada hasta el mediodía y en la tarde iba a la escuela. Partí con ocho años y le trabajaba a una profesora. Ella me hacía estudiar en la tarde y de ahí, me iba para la casa. Finalmente llegué hasta cuarto básico pero creo que me hace falta el estudio… me gustaban las matemáticas, la historia, me gustaba aprender.
De niñas éramos buenas para el agua. Para nadar… pero siempre con respeto y miedo. Pero era bonito porque uno se divertía. Aunque era sacrificado lo pasábamos bien. Recuerdo que me enseñaron a nadar en esos años, pero ahora no me metería al mar. Cuando viene mi nieta de Santiago, yo la llevo a la playa. Me gusta la mar. Pero prefiero la piscina que la playa: es más seguro.
Recuerdo además que lo pasábamos bien en la playa, nos reíamos harto. Jugábamos con las otras chiquillas. Éramos todas niñas, adolescentes. Después, algunas ya empezaron a casarse y nos empezamos a apartar. Los chiquillos igual se empezaron a casar y se fueron casi todos. Yo me casé joven y tuve dos niños de mi matrimonio. Siempre seguí trabajando en el carbón. De hecho estando embarazada chinchorrié hasta los nueve meses. Hacía la misma fuerza, igual nomás. Me echaba los chinchorros así de grandes en la espalda. Y después de tener las guaguas, volvía al mar porque tenía que comprarles cosas y después me separé. Por esa época yo llevaba a mis niños a trabajar conmigo a la playa. Me acompañaban siendo chiquititos y yo tenía que estar pendiente porque, si no: ¿quién me los iba a cuidar? Ahí en la playa les hacíamos una cerquita y los poníamos a la sombrita. Yo les iba dando la leche y todo, porque la pobreza no me permitía otra cosa. En esos años yo vivía en una rancha con mis dos hijos… Igual nunca quise que ellos vivieran como yo: pobres. Por eso seguí trabajando y con mi plata los vestía, le compraba un juguete a veces; para la navidad también les compraba un regalo a cada uno.
Por esos años había mucha abundancia de carbón pero hoy mis huesos lo resienten. Lo pienso cuando veo cómo tengo mis manos. Los dedos chuecos. Y me duelen cuando hace frío, me duele harto. Y las piernas también me duelen, las caderas, la espalda. Sufro mucho y es consecuencia de los fríos. De los fríos, del maltrato y del peso de esos años. Porque nosotras sacamos y sacamos y sacamos y después nos llevamos de a dos sacos. Hoy todavía vivimos eso del chinchorreo.
Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
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