Digna Rivas

Digna Rivas

“Dios nos bendijo a todos con el carbón”

“Dios nos bendijo a todos con el carbón”

 Cuando los mineros tiraban el carbón impuro al mar, la ola lo lavaba y lo traía. Todo eso caía al mar  y es  lo que salía. Después, como se cerraron las minas, no pudo seguir saliendo carbón. Salía mucho menos. Y con los años  ya. nadie más pudo trabajar. 

En mi familia todos sacábamos carbón. Mis sobrinos, mis sobrinas, todos. Toda la familia. Mi mamá también había sido chinchorrera antes que naciera yo, ella sacaba carbón pero en canastos de mimbre. Las más antiguas sacaban pedazos más grandecitos que botaban la tosca… antes había más abundancia quizás de carbón, pero en mi época salía harto. A veces se varaba y uno corría a chinchorrear rapidito, aunque hiciera frío. A veces íbamos bien arropaditas, pero igual a  patita pelá. 

Yo tenía 14 años cuando empecé a sacar carbón porque mi papá era pensionado y ya no trabajaba. Él recibía un dinero porque estaba mayor de edad. Él empezó a trabajar en la mina, pero arriba, en la superficie. Ahí en algún momento tuvo un accidente y después de eso le dieron una pensión y de eso vivíamos,  del puro sueldo de mi papá. Ese era el único ingreso en la casa en un momento.  Mi mamá tuvo 16 hijos, pero sobrevivimos siete. Yo vine a ser la penúltima y cuando  tenía 14 y  mi hermano ya era cuarentón. Mis papás eran bien mayores. 

El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

Aún recuerdo  la primera vez que chinchorrié. Era como una diversión, meternos al agua, en el día, en la noche. A veces a las dos, a las tres de la mañana, cuando salía el carbón… con frío, con lluvia. Aunque era sacrificado, nos sirvió harto porque igual uno se hacía su moneditas y le daba a su mamá para ayudarla.


De joven me gustaba meterme al agua, bañarme. Nunca me dio miedo el mar… pero con los años sí le agarré temor. Dos veces estuve a punto de ahogarme. Esa vez se corrió el carbón hacia Playa Blanca y las olas eran como de dos metros. Recuerdo que metí el chinchorro y  una ola me dio vuelta, pero gracias a dios yo no solté el chinchorro. Nadie se dio cuenta porque cada uno andaba preocupado de sacar carbón. Esa vez sentí una exasperación. Otra vez, empecé a bajar al mar y me arrasó una ola inmensa. Aunque no sentí miedo, fueron las dos veces que casi me ahogo. Pero igual seguí chinchorreando, porque uno no tenía otro trabajo y necesitaba. Esa era la opción de ganar plata. Y acá una estaba sola.

Por esos años vivíamos en Pueblo Hundido e íbamos al mar todo el año. Lo más difícil era en invierno, meterse a  las dos, a las tres de la mañana. Era sacrificado. Sí. Pero teníamos que hacerlo por nuestras necesidades pues yo a los 17 fui mamá y tuve gemelas.

El papá de mis hijas no se portó bien y yo tenía que darles sustento. Luchar por ellas. Así seguí chinchorreando hasta que se cerraron las minas. Lo bueno que como sacar carbón no era  un trabajo obligado, yo trabajaba cuando quería y podía. Cuando  mis hijas estaban más grandecitas, mi mamá me las cuidaba. Por esos años, yo además trabajaba como asesora del hogar hasta las tres de la tarde. Después, cuando terminaba mi trabajo en esa casa, salía por el carbón. Fue súper sacrificado.

Mi primer chinchorro me lo hizo mi papá. Y luego las mallas se las poníamos nosotros. Después mi papá les hizo un chinchorro a mis hijas cuando tuvieron edad. Como eran chiquititas las gemelas eran más chiquititos. Las dos aprendieron solas a hacerlo. Mirando, igual como aprendí yo. De esos años me acuerdo que me reía porque una de mis hijas era tan flaquita que canillitas llegaban a doblarse cuando se llevaba los saquitos al hombro. 

Después del cierre de la mina, el 97,  fue todo triste para nosotros porque ganábamos platita. No era un dineral, pero valía... Ahora uno gana más, pero vale menos. Por ejemplo, ahora yo estoy sufriendo la columna, de artrosis Quizás por lo sacrificado que eran los tiempos del carbón, donde todo el peso iba al hombro. 

Hoy le cuento a mis bisnietos y a mis nietas y nietos, cómo sacamos carbón. Mis nietos mayores también lo hicieron. Por años toda mi familia vivió del chinchorreo, nuestras amigas del colegio, nuestras amistades. Nosostros nos alimentamos del mar porque no había otro trabajo para las mujeres. Dios nos bendijo a todos con
el carbón.

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

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