Edita Meza

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“Me puedo morir, pero mi playa yo no la dejo”

“Me puedo morir, pero mi playa yo no la dejo”

Una vez empezó a salir tanto carbón que uno se metía hasta arriba con el agua y con los puros pies tanteaba carbón. Uno se enterraba y cuando oía la ola se iba para adentro. Luego, cuando venía de vuelta uno ponía el chinchorro, se lo echaba al hombro, salía para afuera y lo vaciaba. Era muy pesado y en un día yo podía hacer entre 30 o 25 bolsas. Ahí uno hacía una pila de carbón y metía ese carbón en una bolsa de harina. Después había que esperar en el camino porque pasaba el camión, lo recogía y la echaba arriba. La señora María Cárcamo era mi compradora A veces ella no tenía plata, pero nosotros sacábamos las cosas del negocio. Eran tiempos en que trabajamos día a día. Cuando ella nos pagaba, juntábamos las monedas e íbamos a comprar cosas. El mar botaba carbón todo el día y a veces toda la noche. Nosotras amanecíamos sacando carbón. 

Mi mami era chinchorrera también pero de las antiguas, usaba un canasto de mimbre. Creo que años después salió el chinchorro. Yo siempre viví aquí en Pueblo Hundido y comencé a chinchorrear por necesidad. Ser madre soltera me llevó a ese extremo. Por esos años yo vivía con mi mamá, pero después de embarazarme partí de casa, me quise independizar para criar a mi hija sola.  Lo hice principalmente para alimentarla. Pero recuerdo que se sufría. Por esos años, metí a mi hija al jardín, la iba a dejar en la fundición a pié, lloviendo, con nylon… Así  iba a dejarla.

El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

Recuerdo que con ocho meses y medio de embarazo yo iba a sacar carbón. Pagaba para que me fueran a tirar los sacos, pero me enfermé en la playa chinchorreando.  A la hora de tener mi guagua me vinieron las contracciones mientras estaba chinchorreando. Yo seguí sacando hasta la tarde, después llegué a la casa, me bañé y después en la noche me fui  al hospital y al otro día tuve mi hija. A los cuarenta días ya me volvía a chinchorrear. Dejaba a mi guagüita en una cajita de cartón, a la sombrita… le daba pecho. Yo prefería chinchorrear antes que dejar mi hija sola para irme a emplear. Tampoco no me convenía porque solo había trabajos en casas de ricos donde a una no la recibían con hijo. Yo prefería estar con mis pollitos al lado y sacar carbón. Así podía darle su comida, el desayuno, su leche. 

Por esos años, había hombres, hartas mujeres y hartos niños de unos 10 años chinchorreando. Yo le enseñé a hacerlo a mis dos hijas mayores. Como había mucha gente que trabaja en esto, cuando salía carbón de noche, a una le venían a avisar. Entonces yo dejaba durmiendo a mi hija, trabajaba y recorría la playa de punta a punta buscando carbón, hacía mi pila, volvía a casa, me bañaba, me acostaba y al día siguiente llevaba a mi hija al jardín.   

Cuando cerró la mina en 1997 el carbón empezó a desaparecer.  Así, poco a poco nos dejaron de comprar carbón. Pero de todas maneras uno se rebuscaba en la playa y vendía. Yo hasta recolecté latas que recogía en la playa y las vendía. Yo venía a recorrer a pie cada extremo con dos bolsas con cosas que iba encontrando. La cosa es moverse, porque uno teniendo hijos, teniendo necesidad, es capaz de hacerlo todo.  

La crianza durante el chinchorreo creo que era con mucha libertad, porque los niños se criaban jugando en la playa. HOy, aunque no chinchorreo, todavía vivo del mar, a veces trabajo en la luga, marisqueo, también saco carbón, luche… Me puedo morir, pero mi playa yo no la dejo.

Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

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