Jéssica Meza

Jéssica Meza

“Mientras chinchorreábamos, jugábamos”

“Mientras chinchorreábamos, jugábamos”

Tenía 12 años cuando empecé a chinchorrear. Aprendí  porque yo era amiga de una niña que  chinchorreaba para ayudar en la casa. Ella me enseñó cómo poner el chinchorro y me prestaba uno que había en su casa. Una vez que aprendí, me mandé a hacer un chinchorro y al día siguiente partí. Por esos años yo casi no iba a la escuela. Nunca aprendí a leer, llegué hasta segundo básico. 

Siendo niña nunca le tuve miedo al mar. Con mi amiga nos metíamos para adentro, hasta que llegaba el agua al hombro y después nos salíamos para afuera. Disfrutábamos. Nunca le tuvimos miedo al mar y mientras chinchorreábamos, jugábamos. Conversábamos, hacíamos deporte. Teníamos todo un mundo. 

Por esos años yo era puro chinchorreo y le daba la plata a mi mamá. Pero luego, a los 18 tuve a mi primera hija y empecé a trabajar para ella. En esos años  mi mamá se compró una casa en Pueblo Hundido y ella me cuidaba a mi hija.

Con el pasar del tiempo, cuando quedé embarazada de mi hijo, trabajé hasta los seis meses porque me lo sacaron con cesárea. Yo trabajaba en esos meses y pagaba para que me tiraran el carbón, pero después de tener a mi hijo tuve que parar. Fue terrible. Él se enfermó, tiene un pulmón menos y era asmático. No podía llevarlo a chinchorrear y semana por medio pasaba en el hospital. Era pura bronconeumonía. 

Recuerdo cuando cerró la mina y se acabó una era de a poco. Salió la estufa moderna, se acabó la minería. De todas maneras se seguía necesitando el chinchorreo para las casas antiguas. Pero el carbón se fue tan a la baja que cada vez su comercio fue cayendo. La gente que compraba no volvió a venir y solo se usaba para el gasto de la casa. Yo después no volví a hacerlo y a mis hijos nunca los quise llevar a la playa, nunca les quise enseñar a chinchorrear. 

El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

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