

María Bulnes
María Bulnes
“Así nos criaron esas madres que sufrieron tanta pobreza”
“Así nos criaron esas madres que sufrieron tanta pobreza”

“Vamos a sacar carbón de la playa, me dijeron. La primera vez que me acuerdo yo era muy flaquita y me daba pena ver a mi mamá trabajando tanto porque ella tenía una etnia en el estómago. Ella se paraba de una forma extraña para que la hernia no se le saliera, porque con la fuerza del chinchorreo, después de echarse todas las bolsas al hombro… la hernia se le salía y ella se la echaba para adentro. Pobrecita. Entonces yo le decía: ‘no mamá, yo también la voy a ayudar. Deme una bolsa de quintal’, que era un saco donde venía la harina y que pesaba unos diez kilos. Recuerdo que empecé a los siete años en el carbón y la primera vez: ¡pum!, me caí porque se me fue el cuerpo y se me doblaron las piernas. Me dio tanta risa… Mi mamá me decía: ‘pero flaca, ¿ves que no te podís la bolsa?’. Pero yo lo intentaba, sabía que tenía que poder. Así me caí unas tres veces, pero la cuarta vez llegué: con la bolsa arriba, luego de haber pasado por todas las piedras y nosotros patita pelada con los pies rojitos. A veces nos enterrábamos cosas, nos hacíamos tira nuestros pies. Pero llegábamos igual, con la bolsa a entregarla arriba”.
Empecé a chinchorrear, a sacar carbón para ayudar a mi mamá. Había que sacarlo a la hora que salía, que podía ser a las tres de la mañana o a las dos. Usualmente había chiquillas que salían a silbar cuando empezaban a salir las olas de carbón. Yo vivía en Pueblo Hundido.. Mi mamá se llamaba Sofía Valdebenito Díaz y tuvo seis hijos. La mayor soy yo. Mi papá trabajaba en la mina, pero nunca se hizo cargo. Mi mamá en cambio, siempre fue una mujer muy luchadora, muy trabajadora. Nunca nos dejó pasar hambre. Si teníamos un pan, lo repartimos. Era muy humanitaria. Con ella pasamos muchas necesidades, sufrimos mucho. Pero ahí estábamos con mi viejita, siempre ayudándola porque casi cada año quedaba embarazada. Así era la vida antes…
“Vamos a sacar carbón de la playa, me dijeron. La primera vez que me acuerdo yo era muy flaquita y me daba pena ver a mi mamá trabajando tanto porque ella tenía una etnia en el estómago. Ella se paraba de una forma extraña para que la hernia no se le saliera, porque con la fuerza del chinchorreo, después de echarse todas las bolsas al hombro… la hernia se le salía y ella se la echaba para adentro. Pobrecita. Entonces yo le decía: ‘no mamá, yo también la voy a ayudar. Deme una bolsa de quintal’, que era un saco donde venía la harina y que pesaba unos diez kilos. Recuerdo que empecé a los siete años en el carbón y la primera vez: ¡pum!, me caí porque se me fue el cuerpo y se me doblaron las piernas. Me dio tanta risa… Mi mamá me decía: ‘pero flaca, ¿ves que no te podís la bolsa?’. Pero yo lo intentaba, sabía que tenía que poder. Así me caí unas tres veces, pero la cuarta vez llegué: con la bolsa arriba, luego de haber pasado por todas las piedras y nosotros patita pelada con los pies rojitos. A veces nos enterrábamos cosas, nos hacíamos tira nuestros pies. Pero llegábamos igual, con la bolsa a entregarla arriba”.
Empecé a chinchorrear, a sacar carbón para ayudar a mi mamá. Había que sacarlo a la hora que salía, que podía ser a las tres de la mañana o a las dos. Usualmente había chiquillas que salían a silbar cuando empezaban a salir las olas de carbón. Yo vivía en Pueblo Hundido.. Mi mamá se llamaba Sofía Valdebenito Díaz y tuvo seis hijos. La mayor soy yo. Mi papá trabajaba en la mina, pero nunca se hizo cargo. Mi mamá en cambio, siempre fue una mujer muy luchadora, muy trabajadora. Nunca nos dejó pasar hambre. Si teníamos un pan, lo repartimos. Era muy humanitaria. Con ella pasamos muchas necesidades, sufrimos mucho. Pero ahí estábamos con mi viejita, siempre ayudándola porque casi cada año quedaba embarazada. Así era la vida antes.…
El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza, me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy.
Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.
Con el chinchorreo nosotros nos vestíamos, comíamos y nos comprábamos nuestras cosas también. Mi papá estaba fascinado de que una trabajara, él era muy machista y muy golpeador con nosotros y con mi madre. Ella vivía con los ojos negros, pobrecita. Y después que ella murió nos golpeaba a nosotros. A mi hermano una vez lo amarrí con una cadena y un candado, como un perro, para que no se moviera y no saliera. Yo creo que en esa época casi todos los hombres eran así.
Cuando mi mamá murió yo tenía 13 años. Un día se fue a operar su hernia al Hospital de Lota Bajo. Se fue caminando y yo la fui a dejar al paradero. Le dije: ‘¿mamita, por qué te vas a operar?, ¿por qué no te quedas?’. Pero ella tenía ganas de hacerlo. Tenía 37 años y se despidió de todas las personas antes de irse, les pidió que cuidaran de nosotros, que nos dieran pan si nos faltaba. Y se fue. Luego, justo vi a mi papá. Ya sabía que traía malas noticias. Después que mi mamá falleció, yo no fui más al colegio. Llegué hasta tercero básico no más y no sé leer. Todavía era chiquitita pero tenía que seguir trabajando para darle a mis hermanos. A los dos años, a ellos los llevaron a un hogar. Yo ya tenía 15 y estaba muy grande, así que me quedé con viejitas que me daban casita, comida, todo. Señoras de muy buen corazón. Yo andaba de allá para acá porque tenía mamás por todos lados.
En Pueblo hundido, las mamás sufrían mucho. Mucha pobreza. No comíamos pan fresco, comíamos un pan añejo, duro, remojado en un tecito para que quedara blandito. A veces le dábamos la preferencia a los hermanos chicos para que comieran. Porque uno podía aguantar. Así era. La pobreza era ruda y la gente no tenía zapatos, no existían los baños. Solo estos pozos, losbaños de cajón.
Tengo muchos recuerdos con mi madre de cuando sacábamos el carbón. A veces salía afuerita, otras teníamos que meterlo bien adentro, donde reventaba la ola. También en invierno el mar trae de todo, se revuelve con troncos y otras cosas. Y también mientras sacábamos carbón haían chicas que se ponían a gritar. Decían que sentían que habían tocado un muerto, porque la gente en ocasiones se ahogaba y la corriente los tiraba para acá. Yo me asustaba. A veces me ponía a llorar, porque a veces chocaban algas con nuestros pies. Nos daba miedo pero lo hacíamos igual por la necesidad, porque teníamos que trabajar y porque si no lo hacíamos no teníamos para comer.
Recuerdo que tenía dos amigas, la Mireya y la Laura. Sus mamás también trabajaron siempre en el mar. Era tan lindo porque recorríamos toda la playa, de punta a punta, para buscar a dónde estaba saliendo el carbón. Cuando salíamos de noche, a las tres de la mañana o a las dos, usábamos unos faroles que eran hechos de tarro de café. Adentro poníamos una velita y con eso nos alumbrábamos. Y cuando ya terminábamos de sacar el carbón, hacíamos pilas bien arriba en la playa, porque si no, el mar llevaba rodo el trabajo. Recién ahí poníamos chinchorro enterrado para tener una seña de quién era la pila. Nosotras, como andábamos mojaditas, hacíamos una fogata con las chiquillas. De los mismos tarros que usábamos de lámpara nos hacíamos un cacharrito para tomar cafecito. Que no era café porque no teníamos como ahora, pero le poníamos una hojita y eso tomábamos. Claro. Mi amiga, la Mireya traía pescado ahumado de su casa porque su mampa vendía o pancito y compartíamos con las chiquillas. Hacíamos amistad..
Me casé a los 18, pero seguí trabajando en el bar, vendiendo berlines, vendiendo pan minero y así crié a mis hijos. Nunca pensé en enseñarles a chinchorrear porque nunca quise que a mis hijos les faltara, que sufrieran lo que yo sufrí, que pasaran hambre. Me puse esa meta y hasta el día de hoy, estoy con mis hijos para cuidarlos. Pero estoy agradecida de lo que me dio el mar y si tuviera que hacerlo de nuevo lo haría. Hoy les cuento a mis nietos de dónde viene su abuelita. No creen que su abuela hubiera vivido en una casa tan pobre, sin piso, en una casa de un dormitorio donde las camas eran unas tablas con ropa vieja. Pero así vivíamos nosotros. Todo amontonado alrededor de una estufa de fierro donde los papás traían un pedacito de carbón, a veces palos. Nuestra mesa eran cajones de tomate pero una se las arreglaba para poner una tacita. Yo siempre fui pobre, pero me gustaba tener bien ordenadita mi casa. Decente porque en Pueblo Hundido es un barrio de gente buena. Muy buena. Tienen muy buen corazón. Así como el que tenían nuestras madres, así como salimos nosotras. Porque así nos criaron esas madres que sufrieron tanta pobreza y por eso nosotros salimos adelante.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
© Framer Inc. 2023