

Marisela Rojas
Marisela Rojas
Marisela Rojas
“Las mujeres de Pueblo Hundido
somos luchadoras”
“Las mujeres de Pueblo Hundido
somos luchadoras”


Ellos lavaban el carbón en Enacar. Esas piedras grandes soltaban como un polvillo que llegaba al mar. y cuando caía al mar y había temporal, se revolvía el agua y llegaba aquí. Era el oro negro, le decíamos porque era nuestro sustento. Nosotras lo recogíamos y con eso sacábamos adelante a nuestra familia, así las mamitas le compraba ropa a su guagua.
Yo era de xxxx, pero con mi familia nos vinimos a vivir a Lota Alto en 60, hasta que me casé a los 21. A los dos días mi papá me dijo que me fuera y mi suegra nos regaló unos sillones viejos… nos arreglamos. Luego, a los 22 tuve mi primer hijo y a los 24, al otro. Ahí empecé chinchorreando porque mi esposo se quedó sin trabajo y estábamos en una situación mala, con mis dos pequeños: yo no iba a quedarme esperando, afuera había plata que conseguir en el barrio y yo dije: ¡ya!.
Por esos años había pocos trabajos para mujeres jóvenes con hijos. Entonces para no dejar a los niños encargados, estaba el mar, cerquita de la casa y fácil para salir a darles a comer algo a los hijos. Yo podía salir cuando quería, ellos me acompañaban, yo podía dejar a mis hijos ahí cerca en la playa mientras mi esposo salía a buscar trabajo.
El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza, me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy.
Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.
“Mi primer chinchorro me regaló la señora Dalia Espinoza. Recuerdo que al principio mis pies terminaban llenos de heridas porque yo estaba aprendiendo, pero después le puse harto empeño. Ella tenía varios hijos y por eso había varios chinchorros en su casa. Al principio yo lo enterraba mucho y sacaba mucha arena… no era carbón y ahí ella me enseñó que cuando viniera una ola negrita levantándose había que poner el chinchorro. Después de levantarlo pones tu pie y empiezas a sacudir la arena. Al principio mis pilas de carbón eran chiquitas pero después aprendí a hacer más. Con el tiempo, cada ola de carbón que salía, en la mañana, en la tarde, a las 4 de la mañana, nosotras veníamos, ya fuera en invierno o verano. Recuerdo que una vez había una señora que estaba embarazada, antes ella estaba en el agua chinchorreando y de la nada, su guaguita s soltó y tuvo que tenerla. Ahí, desde el mar tuvimos que llevarla al hospital. Así era entonces, trabajaban niños y niñas, grandes, viejos… muchas esposas. Las que sacaban más carbón eran las mujeres.
También veo a las abuelitas que venían con sus nietos a la playa, los ponían con un chal y los envolvían mientras esperaban que la mamá sacara carbón. Yo usualmente subía sola los sacos y los vaciaba. Las mujeres de Pueblo Hundido teníamos músculos, eramos y somos luchadoras y estábamos siempre pendientes porque el mar botaba carbón a cualquier hora. A veces uno estaba pelando papas, y salía el carbón. Una partía nomás, con su jersey, sus calzas y a pata pelá (sic). Los hijos durmiendo mientras nosotras sacábamos el carbón en pilas, mientras esperábamos toda la noche o de madrugada, a que la señora que nos comprara se levantara para hacer la venta.
Desde que empecé a sacar carbón lo vendía a una señora que tenía un almacén. El carbón que reuníamos ella lo echaba a un camión y lo revendía en una fábrica. Nos daba unos 120 pesos de eos años por saco o perra, como le decían. Una perra eran cuatro paladas de un sartén grandotote. Eso se echaba en un quintal de harina y nosotras nos lo echamos a la espalda, a veces ayudaban los maridos. De todo esto, lo que a mí me molestaba y siempre encontré cruel, es que esta compradora que tenía un negocio, en vez de darle plata, te hacía llevarte cosas de su negocio, como galletas, huevitos o harina. Creo que lo hacía con maldad porque quería ganar y anotaba todo en un cuadernito. Nosotras no teníamos nada, entonces no sabíamos o no nos acordábamos cuánto le habíamos dado. A veces nos engañaban.
Cuando ENACAR cerró eso, a todos nosotros nos dejó a brazos cruzados.Familias se separaron para irse a trabajar al norte. Ahí terminó el chinchorreo para mí. Después con los años y con el peso que uno se echaba al hombro, yo quedé con escoliosis en la columna. Era muy bruta la fuerza que se hacía de echarme los sacos al hombro. Hoy tengo que andar con faja. Verano o invierno. Solo me la saco para bañarme y acostarme. También a veces siento que mis manos, los huesos me suenan. Así que con la mano abierta me la cierro y empiezo a corregirme los dedos. Esas son secuelas que tienen muchas personas que chinchorrearon. La mayoría quedamos así. Porque como se dice… el hombre tiene más fuerza que la mujer, pero la mujer tuvo que hacerlo. Una por necesidad tenía que hacerlo y yo siempre me sentí orgullosa de lo que hacía, porque mi plata me la ganaba honradamente.
Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
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