

María Solís
María Solís
“¿Qué haría yo sin el mar?”
“¿Qué haría yo sin el mar?”


Todavía chinchorreo. A veces saco como 30 sacos de carbón, pero lo uso para el juego nomás, no para vender porque está caro para venderlo. Vale siete lucas el saco. En general lo hago en verano cuando sale espesito. Lo guardo para usarlo en la casa, en invierno. Pero ya no me meto en las heladas, es mucho el refuerzo y te vienen resfriados y hay que tratar de cuidarse.
Desde el mar, el carbón sale de distintas formas. Está el entero, el mejor. Y está el carbón, como que más quemado, más blando. Ese lo muele la ola y puede salir como polvillo o en pedazos chiquitos. Yo siempre recolecté en Playa Blanca, en Pueblo Hundido y en caleta El Blanco. Allí usábamos una chinchorro con una mallita muy finita, que se usa para tirarlo en la calle con un líquido y hacer cemento. Recuerdo que llegaban los camiones para Santiago a buscarlo y lo ocupaban en la industria. Ahora, con una malla más granada pesca todo estos pedacitos más grandes pero vota el molido. Y finalmente está la malla más amplia pescaba los pedazos grandes. Yo el molido lo tiraba porque no los compradores de acá querían carbón más entero. Finalmente dependiendo lo que uno quisiera sacar dependía la herramienta a ocupar. Algunos entraban con un palo y una malla de fierro de alambre muy pesada, pero después metieron la canasta y después de eso, el palo con un alambre finito que no pesa más de un kilo con una malla.
A los seis años aprendí a nadar y empecé a chinchorrear. Yo era la primera de siete y mi era minero, pero de mala vida… curaito. Se tomaba la plata y al final fui yo parando la olla toda la vida porque mi mami no trabajaba. En estos tiempos el hombre era machista y la pobreza era tan grande que yo la comparo con vivir en una choza en el Amazonas. Acá no había luz, no había agua y vivíamos muchas veces tirados en la calle.
El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza, me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy.
Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.
En estos años cuando yo nací, me costó de salir adelante porque llevaba la plata para la casa y comíamos. Ese trabajo después se transformó en un hobby para no tener que estar con los curados. Me permitía meterme en el mar con más gente que había y habían compañeros que era abuelos mayores que me cuidaban. Cuando me botaban las olas ellos me recogían, sin ninguna intención mala. Juntos comíamos mariscos que calentábamos en un tambor. Ahí hacíamos fuego y pasábamos todo el día, toda la noche. Mi vida era feliz en el mar
Cuando partí, un abuelito era mi comprador. Recuerdo que al principio sacaba poquito y se lo llevaba con mis manitos. Él me decía que llevara un bolso y ahí podía rellenar un cuartito con carbón. Era lo que podía acarrear a esa edad. Después empecé a llenar la mitad del bolso y después le llevaba en otro viaje la otra mitad. En total hacía la mitad de un saco entre ida y vuelta. Y después que ya me podía un bolsón, con cuatro de ellos llenaba el saco de harina. Era un saco de trapo de 20 o 25 kilos. Así vendía y juntaba los poquitos… el abuelito tenía un empleado mapuchito que me recibía el carbón y me decía: mañana me da el poco que le falta. Al otro día le entregaba esepoco, pero después me faltaba otra vez… a veces me hacía una mitad de un saco, pero para mí, la cosa es que me diera para un pan. Ya con un pan yo estaba contenta. Ya después, con los años, fui siendo mejor. A mí nadie me ganó de grande. Ya fui mejorando con ocho, con diez años. Hacía lo que podía, pero cuando ya tenía unos 17, unos 18, era la mejor para sacar. A mí no me ganaba nadie. Incluso recuerdo que una vez gané 55 lucas en una pura mañana. En estos años, eso serían como 600 lucas y me pasó a los 17. En esa época yo vivía en el agua, de noche y de día. No me iba.
Cuando era chica, tenía un cuerpo que casi se cortaba de tanto esfuerzo en el agua, de la fuerza para dejar el carbón a veces esperando toda la noche o toda la mañana. Pero cuando me puse buena para sacar y con tanta gimnasia de correr para arriba y a pie pelado, me fui poniendo más fuerte. Pero igual las piedras igual me hacían tiras. Me acuerdo que nunca tenía frío, nunca me enfermaba. Pero sí había muchas personas que se enfermaron de broncopulmonía y se morían al tiro. Las llevaban y en la tarde, morían. La diferencia es que yo me alimentaba bien. Tomaba caldos de huesos o un plato con papa y arroz. Me hacía unas ollas con leche. En cambio otras personas se iban a tomar. O comían una harina para pasar el frío y no duraban nada.
Lo que más me gustaba de chinchorrear era estar en el mar. La soledad, era la manera de sobrellevar el sufrimiento que tuve. Los castigos fuertes. Era una forma de escapar de mi papá golpeador. Él le pegaba a mi mamá también y yo en el mar, me sentía mejor que en mi casa. Cada mañana que llegaba a chinchorrear sentía que iba a ganar la plata y no iba a depender más de ellos, que no me iban a mandar más. Y cada día fui agarrando vuelo hasta que ya cumplí 20 años y junté plata y me hice una rancha.
¿Qué haría yo sin el mar? Ha estado conmigo cuando tenía que llorar. Lloré harto. Si alguien sabe todo lo que pasé, es el mar... ¿Cómo me podría ir a otro lugar? Así me fui quedando aquí. También me preguntaba: ¿para tener un marido que me esté pegando?... Mejor no. Así que me quedé sola en mi amargura, pero nadie me colocó una mano encima. Salgo a pasear, paso arriba de las rocas. Estoy hasta la tarde encaramada. A veces me caigo y me quedo tirada por ahí. Pero me paro de nuevo y sigo andando. Me gusta vivir el mar. También tengo mis lentes de agua porque me gusta mirar el fondo marino.
Nunca fue mi intención tener hijos, pero por cosas de la vida Dios me dio dos hijas. Las eduqué sacando carbón, luga. Las mandé a la universidad, una estudió enfermería pero tuvo una guagua y congeló. La otra es profesora. Ellas nunca quisieron aprender a chinchorrear no quieren ni ver el carbón. No quieren salir a buscar leña. La mayor me dice: Yo estudié mamá. Pero a mi me gusta ir por la orilla del mar y recolectar lo que voy encontrando. Además, yo chinchorrié incluso estando embarazada. Recuerdo que el día que nació mi hija tiré como 60 sacos y en la noche la fui a tener. Después no esperé nada para volver al mar… finalmente el embarazo no es ninguna enfermedad. De hecho hasta el día de hoy nunca he tenido enfermedades.
Me tocó una vida dura y para sanarme hoy voy al psicólogo porque a veces las penas me han ganado. Mis hijas quieren otra vida, no son de comer luche, de comer pancora, no les gusta. Noson muy buenas pobres. Por eso a veces pienso que me hubiera gustado haber tenido un marido, tener un papá para mis hijas y haberles dado lo que ellas pedían… un vehículo. Pero hay cosas que no he podido darle a mis hijas. Pero también nunca ningún papá les pegó. Los papás pegan, echan de la casa. Yo siempre me prepuse nunca pegar como me pegaron a mí y creo que lo he hecho bien porque todavía no se van. Quieren estar ahí conmigo. Yo les hago empanadas, sopaipillas, arroz con leche picarones, dulces. También vivo con mis dos nietas, van en segundo y son muy inteligentes. Quiero que estudien porque yo llegué hasta octavo. Recuerdo que quería ser doctora, soñaba con ser matrona. Yo soñaba.
Todavía le doy gracias a Dios por todo lo que me ha dado, todavía puedo hacer lo que me gusta. Si me meto al mar, lo hago. Puedo. Porque si no, me vendría la pena. Es la felicidad que Dios me tiene guardada.
Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.
Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica.
Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco. Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.
Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar.
En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar, miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida.
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