Marisela Rojas

Marisela Rojas

Marisela Rojas

“El carbón aún está ahí: varado en la playa”

“El carbón aún está ahí: varado en la playa”

“Por lo general vendemos carbón de playa, a gente que lo usa para la calefacción de sus casas que tienen estufas de fierro. Es mucho el calor que da el carbón, tiene más resistencia y la gente también la ocupa para cocinar. Hoy, aparte de ofrecer el producto con familiares, existen las redes sociales, así que las aprovechamos para vender el carbón por Facebook. Así se expande más este contenido y nos salen más clientes… a veces personas de otras partes: incluso hemos tenido compradores de Los Ángeles”.  

“Yo siempre trabajé en el tema de los oficios de la construcción como fragüe, los sellos, el aseo. Aprendí por la necesidad... En un momento estaba mal económicamente y solita me motivé a ir a buscar pega dentro y fuera de acá de Lota, pero acá hay poco trabajo en construcción. No hay mucho donde moverse. El trabajo que ayuda a no depender de un hombre para hacer tus cosas y actualmente así veo el chinchorreo: como una necesidad que me llevó a moverme”. 

“El mar te da mucho. Mucho. En el verano puedes trabajar en la luga, en el marisco. Ahora, en invierno, en el carbón. Yo toda mi vida encantó el mar. Antes, era de esas personas que si podía juntarme con un grupo de amigos e ir a bañarme de noche, yo iba feliz. Invierno o verano. Pero hay cosas que nunca me atreví a hacer hasta que me volví chinchorrera, hace siete años, cuando partí con la ayuda de mi pareja, Carlos Ortiz.  Me acuerdo que la primera vez saqué de todo… muchas piedras. Pero después, ya no. Ahí aprendí a  poner el chinchorro bien, a pisar despacito… porque el carbón es tan liviano que tú con los pies tú los vas corriendo, lo vas moviendo. Antiguamente yo compraba el marisco, pero ahora tengo conmigo un mariscador. No es solamente un chinchorrero. Es un mariscador, es un pescador. El mar te deja todo allí, las almejitas… es cosa de excavar y echarlas al chinchorro”.


El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

“Aprender me costó bastante. Yo era un poco porfiada y a veces, se metía basura en mi chinchorro. Entonces después tenía que estar limpiando. Además, se necesita fuerza y equilibrio porque las olas de grandes magnitudes te tiran para cualquier lado. También lo difícil es el clima, cuando hace demasiado frío y uno suele pasar mucho rato en el agua, en el invierno con las heladas. Ahí te empiezan a doler los huesos por todo el tiempo que llevas expuesta al agua”. 

“El chinchorreo hoy es distinto. La gente va con una zapatilla, algo cómodo. Para aprender,  obviamente hay que hacerlo con alguien que sepa, que te enseñe. Personalmente creo que no hay que tenerle miedo al mar, pero sí respeto. La gente antigua se metía así descalza y  todavía se mete descalza a chinchorrear.  Pero yo más bien recomiendo hacerlo con precaución. Mejor ponerse zapatillas viejas porque a veces el mar no está bueno. Las olas están muy bravas y  te expulsan piedras, madera. Tira muchas cosas andan flotando como botellas quebradas que me han hecho cicatrices o que pueden generar accidentes. Actualmente cada vez menos personas saben de este oficio pero el carbón aún está ahí, varado en la playa. Es de la misma calidad”.

“Acá en la playa El Chambeque, puedes ver estas montañas que dejó la empresa minera. Todo esto es tierra y desecho mineral. Es la escoria que dejó Enacar. Los residuos que los mineros dejaron al despreciar el carbón que venía sucio… Finalmente quedaron tantos montículos que se crearon estas laderas. Cada vez que el mar tira su oleaje, choca con estos muros y ese carbón que quedó acá, se va derrumbando y el mismo oleaje lo va lavando.  Luego, como el carbón es un mineral liviano, va saliendo a flote. Es ahí donde uno pone el chinchorro y cae directo”.

“Hoy casi no chinchorreras pero yo estoy muy halagada de hacerlo, orgullosa. Nunca pensé que las mujeres fuéramos capaces de cosas como esta. Hoy, se que podemos hacer esto y más. Y, aunque es bastante sacrificado el tema del chinchorreo, no lo desmerezco… Aunque  a lo mejor más adelante quisiera tener un trabajo más estable. Obviamente mientras no lo tenga, acá me va a estar esperando mi mar, que bastante me ha ayudado y me ha sacado de apuro… Pero, por ejemplo, no le he enseñado esto a mi hija y no me gustaría enseñarle, porque es muy sacrificado, riesgoso”.

Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

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