LAS CHINCHORRERAS DE LOTA

LAS CHINCHORRERAS DE LOTA

LAS CHINCHORRERAS DE LOTA

TESTIMONIO VIVO DEL CARBÓN

TESTIMONIO VIVO DEL CARBÓN


Proyecto

Durante la década del 60 en Lota era común ver a muchas niñas como María Magdalena, Rosalía o Virginia, descalzas en las noches inclemente del Biobío o en las frías madrugadas de la costa del carbón, enredadas bajo las bravas olas del mar del sur de Chile. Siempre  mojadas y frías, con tal de recuperar los restos de mineral que la misma industria carbonífera desechaba en el mar. 


En sitios como playa Blanca de Pueblo Hundido, la caleta El Blanco, El Morro o en la playa El Chambeque, abundan extensos horizontes de mar oscuro, una densa vegetación y acantilados grises. En este paisaje, hasta 1997, era habitual ver a cientos de personas sumergidas en el helado mar sureño, dedicados a sacar carbón en una bolsa de rejilla anclada a un fierro, muy parecida a una red para cazar mariposas, llamado chinchorro. Tras sacar el mineral, los chinchorreros arrumbaban el carbón en montecitos para después meterlo dentro de sacos de harina, o costales llamados perras. Tras hacerlo,  la faena continuaba y cargaban al hombro 20, 30, 40 kilos o lo que les permitiera el cuerpo playa arriba, para negociar su trabajo con compradores de carbón. Para muchas mujeres, ancianos, hombres y niños de aquellos años, este era la única forma de subsistir. 

Así se forjó la última cadena de trabajo de la minería, un oficio que marcó parte de la historia de Lota, sobre todo si consideramos que éste fue prácticamente el único oficio carbonífero en que realmente participaron las mujeres y niñas: las protagonistas de este proyecto. 


Hoy, sus biografías, recuerdos, anécdotas, sueños y tristezas, nos ayudan a conocer parte de esta inconclusa y desconocida parte de la historia de Lota. Ahondar en la intimidad de estas mujeres de mar, de sacrificio y valentía, nos muestra la historia de generaciones resilientes, de niños semiabandonados, madres solteras o esposas dispuestas a todo por sacar adelante a su familia. Sus testimonios hoy nutren la historia de Lota y son parte del patrimonio humano vivo que sobrevive en la región del Biobío. 




Proyecto

El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

Surgimiento del chinchorro

Durante la década del 60 en Lota era común ver a muchas niñas como María Magdalena, Rosalía o Virginia, descalzas en las noches inclemente del Biobío o en las frías madrugadas de la costa del carbón, enredadas bajo las bravas olas del mar del sur de Chile. Siempre  mojadas y frías, con tal de recuperar los restos de mineral que la misma industria carbonífera desechaba en el mar. 



En sitios como playa Blanca de Pueblo Hundido, la caleta El Blanco, El Morro o en la playa El Chambeque, abundan extensos horizontes de mar oscuro, una densa vegetación y acantilados grises. En este paisaje, hasta 1997, era habitual ver a cientos de personas sumergidas en el helado mar sureño, dedicados a sacar carbón en una bolsa de rejilla anclada a un fierro, muy parecida a una red para cazar mariposas, llamado chinchorro. Tras sacar el mineral, los chinchorreros arrumbaban el carbón en montecitos para después meterlo dentro de sacos de harina, o costales llamados perras. Tras hacerlo,  la faena continuaba y cargaban al hombro 20, 30, 40 kilos o lo que les permitiera el cuerpo playa arriba, para negociar su trabajo con compradores de carbón. Para muchas mujeres, ancianos, hombres y niños de aquellos años, este era la única forma de subsistir. 



Así se forjó la última cadena de trabajo de la minería, un oficio que marcó parte de la historia de Lota, sobre todo si consideramos que éste fue prácticamente el único oficio carbonífero en que realmente participaron las mujeres y niñas: las protagonistas de este proyecto. 



Hoy, sus biografías, recuerdos, anécdotas, sueños y tristezas, nos ayudan a conocer parte de esta inconclusa y desconocida parte de la historia de Lota. Ahondar en la intimidad de estas mujeres de mar, de sacrificio y valentía, nos muestra la historia de generaciones resilientes, de niños semiabandonados, madres solteras o esposas dispuestas a todo por sacar adelante a su familia. Sus testimonios hoy nutren la historia de Lota y son parte del patrimonio humano vivo que sobrevive en la región del Biobío. 




Surgimiento del chinchorro

El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

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