Virginia Cifuentes

Virginia Cifuentes

Virginia Cifuentes

“Partíamos corriendo las tres juntas”

“Partíamos corriendo las tres juntas”

 “Me crié en el mar. En la playa sacando carbón desde los nueve años.  Mi mamá era separada y éramos nueve hijas y pasó que empezamos a salir a chinchorrear para ayudar en la casa… como éramos tantas, llegamos a Pueblo Hundido a vivir y empezamos a sacar carboncito con mi mamá y mis hermanas. Nos criamos en el carbón que salía acá en la punta, en Playa Blanca… y ahí estábamos todo el día, hacíamos comidita y  mi mamá nos preparaba un cafecito o algo así con esos tarritos que llamaban los cacharritos”. 

“La primera vez, no sabía qué hacer. Con el chinchorro sacaba pura arena más que nada, hasta que aprendí a sacar bien carbón, porque uno de primera se enterraba mucho y sacaba arena más que nada. Y así, de poquito empecé a aprender y empecé a sacar más mejor carbón.

“Lo hacía con ropita más viejita y éramos niñas que nos deleitamos los veranos estando en la playa y bañándonos. Era como un juego, pero claro… cuando empecé a crecer y ya tenía que echarme las bolsas al hombro, todo cambió. Siempre fue un trabajo duro, trabajábamos lloviendo o nos mojábamos de arriba a abajo, el mar echaba a perder la ropa. Y después llegaba la gente que compraba el carbón que sacábamos. Nosotras mismas lo echábamos al camión y fue sufrido porque ahora estoy pagando todo eso. Estoy muy enferma de los huesos por el frío. La lluvia, el hecho que nos teníamos que demorar, que estábamos lejos de casa y no podíamos llegar rápido. A veces hacíamos una fogata y nos secábamos el cuerpo, pero igualmente volvíamos con la ropa húmeda”.

“Estudié hasta tercer año básico. Como le ayudaba a trabajar a mi mamá, era  difícil estudiar. Mis papás estaban separados y él se fue para Angol e hizo su vida. Después falleció a los 58 años… Nunca lo tuvimos pero siempre estábamos al ladito de mi mamá. Ella nos cuidaba porque había niñas o mujeres que iban solas... niñas conocidas que sufrieron. Que vivieron maltrato por sus papás, por su padrastro o que fueron abusadas. Nosotros le decíamos a mi mamá que no queríamos padrastro. Y así fuimos creciendo. Sacando sustento del mar. A veces mariscábamos y comíamos acá. También por el frío nos resfriábamos, pero nos volvíamos a aliviar metidas en el agua. Cuando salía carbón todas partíamos corriendo a sacarlo. Era como que la mina de pronto botaba todo ese desperdicio que salía en forma de olas negras. Ahí íbamos y corríamos”

El chinchorreo, de primera, daba vergüenza. Porque uno nunca se imaginaba que iba a tener que ser Chincharrera. Uno decía: qué vergüenza,  me están viendo que estoy chinchorreando. Sobre todo al principio. Eran tonteras de una. Pero después ya no. Yo me iba con mi chinchorro al hombro para la caleta El Blanco. Después ya no me dio más vergüenza y era feliz cuando me metía en el agua… hasta el día de hoy. 

Mi mamá nos contaba que ella ponía en el canasto en diagonal y ya agarraban y salía el carbón. Era un canasto de mimbre y ella siempre nos conversaba que ella no podía con los chinchorros que eran más modernos. En esos años, la mejor época para sacar carbón era en días en que el mar se revolvía. Podía salir a cualquier cosa, todo dependía de la revoltura del agua.
 

La primera vez que fuimos bote con mi prima, no sabíamos usarlo bien y el bote se hundió de repente. Yo no sabía nadar en ese entonces y me empecé a desesperar. Mi prima me decía: ¡aguántate, aguantate!, ¡nada a lo perrito! Y yo le hacía el caso. Después ella misma dio vuelta el bote nos sacó hacia arriba. Con un balde íbamos votando el agua y el bote se iba levantando. Ahí escapamos y ya después me enseñaron a nadar. Tenía 26 años.

“Cuando crecí, aprendí a sacar mejor carbón. Seguí en la playa, me casé a los 18 años y también seguí chinchorreando. Crié a mis hijos y como no había buen trabajo, con mi esposo íbamos a sacar carbón al mar. Así los eduqué. En esos años las niñas sacaban harto carbón para ayudarle a sus papás. Eran hogares de bajos recursos y terminábamos trabajando al igual que ellos. Antes las mujeres eran más discriminadas, había poco trabajo. La única posibilidad era trabajar de empleada doméstica pero eso significaba estar fuera de casa, sin poder cuidar a mis hijos”.

“Por esos años muchos se reían de nosotras. La gente que no sacaba carbón se burlaban de nosotras,  porque como que nosotros éramos unas pobretonas que si no sacábamos carbón no vivíamos… Pero nosotros nos sentíamos orgullosas nunca me arrepentí de ser una chinchorrera. porque con eso mis hijos estudiaron. Ellos pasaron su infancia jugando en la playa , nunca chinchorrearon porque no quería que estuvieran enfermos como mi viejita, que vivió hasta los 80 con sus dolores por tanto sacar carbón”. 

“El chinchorro lleno usualmente hacía media bolsa de carbón. En kilos, vendíamos de a 20 kilos. Nosotras los juntábamos en pilas. Por esos años yo siempre fui súper buena para el agua. Nos echábamos los chinchorros al hombro, íbamos con el chinchorro lleno al hombro, y como le digo iva todo mojado, porque teníamos que ir adentro a sacar el carbón. Pero ahí uno estaba… buscando el carbón, enterraándolo para que se llenara. Recuerdo que a veces era como una competencia… así  lo tomábamos. Yo trabajé unos buenos años en eso y lo volviera a hacer si tuviera que hacerlo de nuevo.  A pesar que tendría  menos fuerza…o me serviría para recordar los viejos tiempos”. 

“Por esos años tuve grandes amigas chinchorreras: Nancy y María. Yo les avisaba cuando salía carbón y salíamos corriendo a la playa.  Fue una época muy linda donde creamos mucha comunidad. Han fallecido varias de mis amigas… quedábamos dos. Recuerdo que éramos siempre las tres. Yo tenía 13 años o 12  años y  vivíamos arriba en la 9 de agosto. Entonces nosotros siempre desde ahí mirábamos cuando estaban sacando carbón o cuando estaban comprando. Partíamos corriendo las tres juntas”. 

“Así hasta el 97, cuando cerró la mina… después ya no siguieron comprando carbón, ya no hubo ventas y tuvimos que dejar de trabajar”.

“Aunque mis hijos iban conmigo después a sacar carbón y aprendieron a chinchorrear. No los dejé mucho, por lo que yo había vivido. Yo quería que ellos estudiaran. En mi caso, cuando fui una mujer envejecida noté que era muy pesado lo que hacíamos. Hoy tengo astritirromatoide,  astrosis, fibromialgia, fibromialgia, una neuropatía diabética en medio de las cuatro extremidades y diabetes. Entonces ahora tengo muchas enfermedades y mucha patología, como le llaman. Y estoy tratándome en Concepción. Incluso mañana me toca de ir a ver médico a Concepción”

Nosotras íbamos al embarque que está al lado del Parque Cousiño. Abajo hay un muelle largo donde llegaban los barcos. Cuando llegaban los cargaban con carbón al barco y se rebosaba todo el carbón que había hacia el mar. Era ahí cuando nosotras aprovechábamos. Pedíamos prestado un bote a algún compañero pescador y salíamos con los chinchorros en el bote. Entonces el carbón flotaba en el agua y lo sacábamos para echarlo en el bote. Así cuando teníamos la carga completa, volvíamos y los mismos compañeros nos ayudaban a descargar.

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

Las olas a veces venían bravas. Una vez una me arrastró una para adentro y yo asustada solté el chinchorro y traté de salir con la segunda ola. Pelié con toda mi fuerza y  la misma gente que trabajaba me ayudó. Era peligroso y  pasamos hartas cosas cosas malas, pero era un ambiente de mucho compañerismo. Pero pasaban cosas, por ejemplo, también te robaban. A veces una dejaba su pilas en la noche y al ojo calculaba que tenía como para 20 sacos Y al otro día llegabas y había carbón para ocho o nueve sacos. Daba mucha rabia porque una se sacrificaba toda la noche casi y al día siguiente había que enfrentar al ladrón. Eso pasaba siempre.  

Aunque era sacrificado, en esos años una se hacía su plata. Además no habían muchas posibilidades de trabajo para las mujeres en esa época. Existía mucho machismo, que la mujer no podía trabajar, que la mujer tenía que quedarse en la casa. Ahora no, porque ahora es todo compartido. En mi caso, por necesidad tuve que dejar el colegio temprano, llegué hasta sexto y ahí me puse a trabajar. Así vivíamos con mi hermana más chica. 

Ya de grande, cuando salía con mi hija, nosotras nos íbamos a las 3 de la mañana para la caleta El Blanco. Ella llevaba su ropita de la escuela y después de chinchorrear, a las 7 y media de la mañana le pedía permiso a una vecina para bañarse. Ahí se duchaba, se ponía su ropa y se iba para la escuela. Después, cuando salía, se iba directo de nuevo al Blanco para poder entregar el carbón. Yo misma le enseñé a chinchorrear y también a varias de mis sobrinas. Allá en el Blanco mucha gente era chinchorrera. Mucha. En esos años nos pásabamos de Pueblo Hundido a la caleta El Blanco.   Cuando fui mamá y mi hija aprendió a chinchorrear fue lindo porque aprendió a ganarse la vida para más adelante. Yo por suerte tenía la ayuda de mi mamá para trabajar y criar. Cuando llegaba la noticia de que estaba saliendo carbón, mi mamá me decía: anda, déjame aquí a la chiquilla… Y partía.

Hoy, todavía me meto en la playa y saco luga, cuando es la temporada. Si hay marisco, lo busco, lo busco, hasta que pillo marisco y me mojo. Que mi hija me reta. Me dice: mamá, te duelen las rodillas, te duelen las caderas, no andes marisqueando… Pero a mí me gusta, me encanta. Yo estoy orgullosa de lo que sé y de mi mar. Yo soy de mar. 

En 1997, cuando cerró la mina, fue triste porque se nos iba el sustento. Realmente muchas personas vivíamos del carbón y de a poco se fue acabando hasta que ya fue definitivo. Todavía duele porque era algo lindo. Era sufrido, pero era muy lindo. Entonces yo a veces salgo a caminar,  miro, recuerdo y me digo: ¿Por qué cerraron las minas si esto era algo bueno para Lota? Era bonito ver a los mineros cuando salían todos pintados con sus lámparas de las minas, tomaban los buses de Enacar, volvían a sus casas. Yo los miraba porque me gustaba cómo era esa vida. 

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